El último día de clase antes de las vacaciones navideñas es una especie de día maldito. Tras un largo cuatrimestre, el alumnado solo tiene ganas de tomarse un respiro lejos de las aulas. Así que uno corre el riesgo de que a la última sesión no vaya casi nadie. La gente participa ya del ambiente navideño, prepara sus viajes y emprende el vuelo -mental o físicamente-, pensando en desconectar de cualquier cosa que le recuerde a la Universidad. Y ello a pesar de que la sombra de los exámenes planea ya sobre sus espaldas. Aunque tal vez sea esa la razón: la necesidad de escapar y olvidarse un poco de todo antes de la temida ordalía académica.

Ya sea por un motivo o por otro, el día previo al descanso de navidades suele plantearse como una clase fallida. Todo el profesorado sabe que mucha gente faltará y que no podrá avanzarse nada en la materia. Como profesor de Documentación para la creatividad se me ocurrió una idea (¿creativa?) para intentar que el alumnado acudiese al día horribilis: una excursión. Pero no una excursión cualquiera: se trataba de una visita a un archivo muy poco habitual. Hablé con Paula, mi compañera de trabajo y profesora de Sociología y Psicología del Espectador, y nos pusimos manos a la obra. En unos días lo teníamos todo planeado: el día 20, viernes, visitaríamos el Archivo Transfeminista Kuir (ATK) en La Neomudéjar.

El día antes de la visita quemé algo de incienso, me encomendé a algunas divinidades sumerias y respiré hondo. Las respuestas al correo de la excursión no habían sido demasiadas y me temí lo peor. Sin embargo, la gente que había respondido lo había hecho de forma entusiasta, así que pensé que tal vez seríamos pocas pero bien avenidas. Pero en mitad de la noche recordé una conversación, unas palabras de Carolina -mi compañera- que enunciaban algo como la «ley de la asistencia los días previos a las vacaciones»: si te confirman ocho entonces vendrán cuatro, espera siempre la mitad. Así que volví a respirar hondo y a encomendarme a nuevos dioses.

Lo cierto es que al final fuimos seis en total, así que no se cumplió del todo la aciaga ley -menos mal-. Y además todas estaban deseosas de adentrarse en La Neomudéjar y de conocer el archivo del que tanto habíamos hablado las semanas previas. A modo de introducción, les hablé de las instituciones que custodian la memoria colectiva, especialmente aquellas que albergan lo que podemos entender como «memoria nacional»: las instituciones museísticas desde las que se construyen los discursos hegemónicos y las narrativas de curso común sobre nuestra sociedad, las cuales no tienen problema en sacar lustre a «hazañas» como la invasión y colonización de América -el madrileño Museo de América es aquí un claro ejemplo-. Se trata, en fin, de manufacturar cánones históricos acerca de diversos acontecimientos con sus interpretaciones oficiales adheridas, las cuales imprimen una pátina mítica y patriótica sobre los hechos.

¿Pero qué pasa cuando queremos mirar la otra cara de la moneda? ¿Qué sucede cuándo queremos adentrarnos en toda la diversidad humana, afectiva, sexual y disidente que ha sido silenciada o solo escuchada al precio de un inmenso esfuerzo -léase lucha- colectivo?

La Neomudéjar y su espacio

El día 20 de diciembre hacía mucho frío en la calle. Tras encontrarnos frente a La Neomudéjar, rápidamente decidimos buscar refugio en su librería. El edificio que alberga este impresionante Centro de Artes de Vanguardia es una antigua nave ferroviaria que pertenece al patrimonio industrial madrileño del siglo XIX. Estamos ante una arquitectura que nos retrotrae al proceso de expansión industrial y de las comunicaciones en España. En aquel espacio no solo se instruía a los ferroviarios de la red Madrid-Zaragoza-Alicante, sino que -como veríamos más adelante- una de las salas del edificio alberga el antiguo Generador Atlas Diesel que abastecía de energía la antigua Estación del Mediodía, esto es, nuestra actual Estación de Atocha – Almudena Grandes. En este sentido, la institución no es solo un Centro Artístico y un archivo, sino que también es un Centro de Interpretación Ferroviario en el que puede hacerse toda una arqueología sobre este sector de la industria.

Todo lo que comento lo supimos por Fran, nuestro maravilloso guía, que nos abrió las puertas de La Neomudéjar de par en par. Su generosa hospitalidad fue todo un regalo para el alumnado y para mí. Hubo algo muy hermoso en su presentación del espacio que me gustaría reproducir. Algo que justamente tiene que ver con la cuestión de la «conservación» del edificio. Así como los seres humanos envejecemos, también lo hacen las construcciones que utilizamos y habitamos. Y hay dos maneras de enfrentar este proceso. Una de ellas es modificar el espacio y reformarlo, adecuándolo y tratando de «pulirlo» para actualizarlo: homogeneizar su aspecto, aislar sus muros, darle un carácter «moderno» pensando en las personas que consumen arte, etc. Un lifting en toda regla, vamos. Pero también puede apostarse por otro tipo de conservación muy diferente.

La forma de conservación elegida era radicalmente opuesta a la descrita y tenía que ver más con lo que podríamos denominar como una suerte de «envejecimiento natural». Según nos contaba Fran, el colectivo de La Neomudéjar trataba de conservar el espacio asumiendo el peso de su uso a lo largo de la historia. La nave fue un lugar habitado por obreros que organizaban sus materiales e instrumentos con un orden propio del oficio, una estética que permanece y lo aleja de cualquier «modernización» artificiosa. Pero no solo se trataba de permitir que ese espíritu de nave ferroviaria siguiese impregnando los viejos talleres, sino de conservar el lugar como un rostro y un cuerpo humanos sometidos al curso del tiempo. Un muro con grietas era como un rostro con arrugas, una mancha en la piel era como una gotera o humedad, un achaque muscular podía ser ese frío que llenaba las estancias sin demasiado aislamiento, haciendo partícipe al paseante del aura de un lugar que vinculaba los ritmos en bruto del pasado con un presente desbordante de energía creativa.

Antes de enseñarnos el Archivo Transfeminista Kuir, nuestro objetivo principal, Fran nos invitó a visitar la exposición Dear Salaryman de la artista costarricense Allegra Pacheco, la cual no puedo más que recomendar. Es toda una metáfora de nuestra sociedad capitalista y no solo de las dinámicas de explotación en Japón. Al menos es un buen espejo en el que mirarnos y ver hacia dónde lleva la brutal autoexplotación que asumimos en esta época de neoliberalismo autoritario. La exposición está llena de imágenes de salarymen dormidos o tirados en calle tras un día de extenuante trabajo, rodeados de tiza o polvo de arroz, remitiéndonos a una muerte violenta, a un asesinato. Y es que ser un Salaryman y asumir la obligación de anteponer el trabajo a la vida no deja de anticipar una muerte moral, civil y física -la depresión es usual en este tipo de trabajadores de cuello blanco, así como el Karōshi o la muerte por exceso de trabajo-.

El Archivo Transfeminista Kuir y su memoria disidente

Ya al comienzo de la visita, durante nuestro paso por la librería, Fran nos anticipó lo que podríamos encontrar en el archivo. A través de una vitrina llena de pequeños textos, pasquines y documentos nos narró cómo pudo tejerse toda una red queer en la España franquista, la cual debía permanecer en el anonimato debido a la Ley de Vagos y Maleantes y su heredera, la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social -derogada del todo en 1995-. Una memoria secreta y disidente que se creaba a espaldas de la dictadura franquista y los comienzos de la Democracia porque, como dice Javier Ugarte en una gran obra, Las circunstancias obligaban. Fran nos anticipó también que el colectivo Hetaira había legado la custodia de su archivo a La Neomudéjar, enriqueciendo el espacio con la historia colectiva de las Trabajadoras Sexuales que han luchado por sus derechos laborales.

Cuando subimos a la planta superior a visitar el archivo nos quedamos maravillades. Fran nos mostró primero el archivo de Hetaira y sus pancartas. La asociación había recogido de manera minuciosa noticias y referencias sobre su activismo por los derechos de las trabajadoras sexuales en múltiples carpetas . Recortes de periódicos, fotografías y declaraciones se mezclaban entre sus páginas archivadas, permitiéndonos acceder a una memoria de la que tan poco sabe la opinión pública. Reconocí recortes de la época de Gallardón, cuando se buscó prohibir que hubiese prostitutas en las calles madrileñas -tal era la promesa del alcalde del Partido Popular- y se las relegó a la Casa de Campo.

En cuanto al Archivo Transfeminista Kuir, decir que es simplemente alucinante. Estaba todo organizado en archivos por Comunidad Autónoma, recogiendo la memoria de los colectivos LGTBIQ+ en cada uno de los territorios del Estado español. Allí uno podía encontrar de todo: fanzines, memorias personales, escritos colectivos, fotografías y todo tipo de materiales que muestran la disidencia sexual en España a lo largo de décadas. También había muchos materiales por archivar, algunos verdaderamente increíbles. Uno de ellos era una carpeta plagada de recortes de hombres con el torso desnudo -estrellas del rock, reportajes de antropología, anuncios, etc.- e imágenes eróticas que debían constituir el imaginario homoerótico de la persona que había enviado la carpeta al archivo. Ni que decir tiene que las alumnas se enamoraron del archivo y sus materiales, preguntando si podían hacer sus prácticas allí mismo.

Tras ver algunas carpetas más salimos del archivo para visitar las estancias de La Neomudéjar que nos restaba por ver -las salas donde las artistas realizan sus residencias temporales-. Pero antes de adentrarnos en la sala del Generador con Néstor, Fran y yo conversamos un rato más mientras las alumnas fotografiaban el espacio. Me comentó que la labor del archivo es recoger los documentos y ensamblarlos de la manera más flexible y organizada posible. Pero que como institución se negaban a producir narrativas sobre el archivo, queriendo distanciarse así de lo que hacen los museos al uso. Y es que narrar es un ejercicio de poder, un poder al que el archivo renuncia, legando esta facultad a les investigadores que lo visitan. Bien visto, es una forma de socialización narrativa y de socialización del poder: son otres les que narran a partir de las pruebas documentales e históricas, produciendo memoria con los materiales del propio archivo.

Tras charlar con las alumnas sobre esta forma de enfocar el trabajo de archivo y la producción de narrativas, Néstor nos enseñó los espacios donde las artistas realizan sus residencias, permitiéndonos pasear por los talleres y ver su producción -en este caso pictórica en su mayoría-. Fue un lujo poder disfrutar del laboratorio creativo de artistas tan potentes como Serena Poletti, Trini Energici, Antonella Trovarelli, Manolo Oyonarte y Black Butter. Nuestra visita tocaba a su fin, que no la mañana, y decidimos cerrar nuestra última sesión tomando algo en un bar cercano. Allí, entre croquetas y vino, brindamos por el curso, por la Neomudéjar y el Archivo Transfeminsita Kuir. Yo en secreto brindé por mis alumnas, que hacen que todo merezca la pena.

Mario Espinoza Pino

  • Todas las fotos son de María Machetti

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