Sobre esta tierra hay algo que merece vivir: sobre esta tierra está la señora de
la tierra, la madre de los comienzos, la madre de los finales. Se llamaba Palestina. Se sigue llamando
Palestina.
Mahmud Darwish
Hay ciertos hechos y situaciones históricas que parten en dos la realidad. Es tal la brutalidad que exhiben, que crean un antes y un después en torno suyo. Da igual si tratamos de apartarlos o intentamos mirar hacia otro lado: están ahí, asediándonos. Y siempre se las arreglan para encontrar nuestros ojos esquivos. Cambian nuestra manera de referirnos a las cosas cotidianas e incluso modifican nuestras sensaciones más básicas sobre el mundo. Hacen que todo tiemble: ¿Podemos hablar igual después de Gaza? ¿No comprometen el genocidio y la masacre del pueblo palestino todo lo que somos -nuestras identidades, anhelos y esperanzas-? ¿A qué límite lleva a la humanidad este ejercicio absoluto de crueldad?
Gaza cuestiona de raíz todo lo que somos: nuestra forma de habitar en común y lo que entendemos por humanidad. Allí, entre sus ruinas y olivares abrasados no solo nos jugamos el presente, sino también el futuro. Pues la sola existencia del genocidio pone en jaque cualquier idea de vida digna y de justicia que podamos hacernos. Aunque, ciertamente, ni siquiera el pasado está a salvo cuando una masacre de tal magnitud irrumpe en la historia: siempre se puede hacer morir más a los muertos. Tenemos a nuestras espaldas demasiados documentos de barbarie que lo atestiguan, sembrando páramos de olvido -fosas, nombres borrados, huesos sin dueño-.
Hubiera deseado comenzar de otra manera esta reflexión al final de 2025, pero es imposible eludir este recordatorio ético y político que pone sobre la mesa que el mundo, nuestro mundo, agoniza tocado de muerte en Palestina. Porque la violencia contra el pueblo palestino ha hecho saltar por los aires todas las certezas y reglas de la política global: los protocolos diplomáticos, el derecho internacional, el sentido de instituciones como la Organización de las Naciones Unidas, los Tribunales y Cortes Internacionales, las virtudes y bondades del multilateralismo, etc. No es que creyésemos a pies juntillas en este orden -siempre ha sido importante no contarse cuentos-, pero de seguro le atribuíamos más densidad institucional e incluso moral. Ahora vemos que más allá de las buenas palabras y de los largos discursos lacrimógenos de algunos políticos, la única verdad que predomina y se impone por la vía de los hechos es la del imperio. Podemos resumirlo con una escena sórdida: Trump Gaza, «La Riviera de Oriente Medio». Una imagen obscena elaborada por IA sobre un territorio devastado y colonizado por el turismo y el capital occidentales.
En realidad es imprescindible hablar de Gaza, porque su imagen condiciona el presente como un todo: la política internacional y la política nacional están atravesadas por el genocidio. Ya hemos mencionado de pasada la imagen distópica que Trump proyecta sobre Gaza, tan aberrante como su propuesta de alto el fuego y pacificación. Nos referimos a ese plan de 20 puntos, que impone la creación de un protectorado colonial y la subordinación del pueblo palestino a los intereses de Israel, una potencia genocida que además no piensa cumplir ningún acuerdo. Su proyecto es seguir colonizando Palestina a toda costa. De ahí que desde el 10 de octubre de 2025 el ejército israelí haya violado el alto el fuego sistemáticamente, aniquilando familias enteras. Las cifras se elevan ya por encima de las 70.000 personas masacradas.
Este plan vergonzoso solo busca la erradicación de la resistencia palestina y, de hecho, nunca planteó en serio la existencia de un Estado palestino soberano. Una idea a la que Benjamin Netanyahu ya se ha opuesto numerosas ocasiones. Sea como fuere, a Trump la violación de derechos humanos le da igual, para él “Israel ha cumplido con el plan al 100%”, un plan de supuesta paz que, como podemos ver, nunca renunció a la masacre para autolegitimarse. Si a ello le sumamos que Israel está impidiendo de nuevo la entrada de ayuda y que piensa desautorizar la intervención en 2026 de Médicos del Mundo y otras casi 40 ONG’s en Palestina, el escenario se torna funesto. Hay que asumir que todo esto forma parte de un nuevo orden global, de un conjunto de normas no escritas que entienden que el genocidio es una «herramienta» más en el marco de la política internacional. Necropolítica. De nuevo, volvemos a un escenario imperial donde la «ley del más fuerte» marca el ritmo de los acontecimientos, mientras que los derechos son papel mojado. Así las cosas, no es de extrañar que la beligerancia yankee contra Venezuela no esté despertando ninguna alarma en la ONU o en una Europa sometida a la bota de Trump y de la OTAN.
Escenarios nacionales
A lo largo y ancho del planeta, los pueblos de diversos Estados se movilizaron este 2025 para intentar frenar el genocidio en Palestina. Las personas que han inundado las calles y se han organizado para boicotear a Israel han sido quienes han dado ejemplo. Y muy por encima de los parlamentarios de sus gobiernos, por cierto. El caso de España es uno más dentro de esta cadena de solidaridad y lucha por el pueblo palestino. Recordemos la potencia de la movilización que boicoteó la Vuelta ciclista a España debido a la participación del equipo Israel-Premier Tech. Y cómo se logró cancelar la última etapa por la masividad de las protestas que desbordaron Madrid. Han sido numerosos los actos de lucha y solidaridad a lo largo de 2025 con Gaza y Palestina, los cuales deberán redoblarse en un año que se presenta difícil.
Si los pueblos de España han estado a la altura de las circunstancias, la actitud del gobierno representa la otra cara de la moneda. Debido a una enorme presión popular y política, el gobierno progresista del PSOE y SUMAR aprobó en septiembre un Decreto Ley de «medidas urgentes contra el genocidio en Gaza y de apoyo a la población palestina». Una norma descafeinada que tenía múltiples agujeros, pues no afrontaba en serio la ruptura comercial con Israel, contemplando numerosas excepciones. La más llamativa del texto legal era una que subrayaba que las transferencias de material de defensa y tecnologías de doble uso a Israel podrían reanudarse si no hacerlo suponía un «menoscabo para los intereses generales nacionales». Más que una cláusula, estamos ante una enmienda a la totalidad de los objetivos del decreto.
Pues bien, el uso de la cláusula por parte del gobierno progresista no se ha hecho esperar. Hoy sabemos que el último Consejo de Ministros de 2025 aprobó la transferencia de “material de defensa y doble uso” de origen israelí para la empresa Airbus, apelando a los “intereses generales nacionales”. El PSOE vuelve así a mostrar su complicidad económica con el genocidio en territorio palestino. Que esto haya ocasionado tensiones entre el PSOE y SUMAR no es ninguna sorpresa. Pero tampoco nos sorprenderá que estas supuestas «tensiones» terminen resolviéndose como siempre: primero con gestos duros, luego con sonrisas y finalmente con silencios. Esto último indicará que Yolanda Díaz y los suyos ya han vuelto al redil del PSOE, dando por zanjada la disensión. Aquí no ha pasado nada.
Todavía recuerdo las voces que en su día llamaron «maximalistas» a quienes criticamos los agujeros legales del decreto. Lo cierto es que no era demasiado difícil de prever lo que iba a suceder tal y como estaban las cosas. Es lo que tiene apostar por la lógica del mal menor en un escenario global de rearme belicista y genocidio. Al final la mayoría de medidas se convierten en fuegos de artificio discursivos, focos, primeros planos y mercadotecnia política. Pero todo eso, que calma las aguas por unas semanas y desactiva la movilización, se lo lleva el viento en cuanto la política económica e internacional «seria» hacen acto de presencia. A los hechos me remito.
El progresismo y la izquierda institucional luego vendrán con la política del miedo ante el fascismo, proponiendo la creación de un «frente popular» descafeinado contra la extrema derecha. Pero lo sucedido con este Real Decreto no es una excepción, sino la norma de gobierno del neoliberalismo progresista en que vivimos. Pensemos por ejemplo en cuestiones sociales de primer orden como la vivienda: todo son rótulos, titulares flamantes, mientras el problema sigue recrudeciéndose. Y en lugar de desmitificar falsos problemas y pánicos morales, como la okupación, se sigue siendo cómplice del bloque rentista y abonando su lucro. Por eso los precios de la vivienda están en máximos históricos y una persona se tiene que dejar cerca del 50% del salario en el alquiler, cuando no cerca del 70% si vive en Madrid o Barcelona.
Transiciones
Con una extrema derecha en ascenso y un PSOE asediado por casos de corrupción, España parece estar asumiendo ya las características de otros países europeos, asediados por el autoritarismo derechista cuando no gobernados por él -directa o indirectamente-. Y es que en España, en lugares como la Comunidad Valenciana, VOX ya «cogobierna» prácticamente con el Partido Popular debido a la influencia que ha conseguido en los Populares. Por ejemplo, los pactos de VOX con el infame Carlos Mazón han hecho que el Partido Popular asuma la agenda de la extrema derecha. Algo que se replica en el Consell continuista de Franscisco Pérez Llorca. Una situación similar sucederá en la Extremadura de María Guardiola (PP), cuyo adelanto electoral ha dado alas a VOX -si bien acompañado de un emergente repunte de la izquierda-. La estrategia de los de Abascal, muy similar a la de Meloni en Italia, pasa más por influir, crecer y devorar a la derecha que por «cogobernar» oficialmente con ella. Luego buscarán dar el paso institucional de manera más firme.
En medio de este escenario, el racismo y la violencia contra las personas migrantes y racializadas han ido en aumento. Crecimiento parejo a la normalización de los discursos racistas en la esfera pública, mediática y virtual. El reciente asesinato de Haitam Mejri en Torremolinos por parte de la policía pone una víctima más al racismo institucional en este país. La policía utilizó tásers para reducirlo sin respetar los propios protocolos del fabricante de armas, ocasionándole la muerte. Pero no solo se trata de Haitam, sino también Mahmoud Bakhum, vendedor ambulante que se arrojó al río mientras huía de la policía en Sevilla. O Abderrahim, asesinado por dos policías borrachos en Torrejón de Ardoz. O Abdoulie Bah, asesinado a tiros en Gran Canaria por la policía. Hay más nombres. Muchos más. Y cifras. Una de las más terribles son las 3.090 personas que han muerto tratando de llegar a España por diversas rutas desde África. El año pasado fueron 10.000. Estas noticias no abren telediarios ni forman parte de grandes rótulos en la prensa. Y sin embargo están ahí, normalizando la brutalidad y el racismo con el que convivimos a diario.
Hay que insistir en que sin antirracismo no habrá política emancipatoria que valga en España. El antirracismo debe ser una línea de lucha central para las izquierdas -dentro y fuera de las instituciones-, rompiendo con una visión de la clase trabajadora en exceso blanca e irreal. Esta apuesta antirracista debe poner límite a su vez a tendencias reaccionarias que visten de izquierda el chovinismo nacional de ciertos sectores -más cerca del fascismo que de los planteamientos de la izquierda internacionalista-. En una fase imperial y neocolonial, la lucha de clases solo puede ser antirracista, feminista y diversa, y no podrá intervenirse con eficacia en la sociedad sin entender cómo estas matrices de opresiones se expresan en el presente.
Visto lo visto, no deja de ser irónico que uno de los mensajes que ha triunfado en estas fiestas haya sido el de la «polarización». No polaricen, no confronten, vuelvan a los consensos y a las opiniones mansas. Como si no estuviésemos presenciando un genocidio a tiempo real. Como si la extrema derecha no estuviese difundiendo odio todos los días. Nada de polarizarse, hay que ceder -sobre todo la izquierda-. Además de una conocida marca de embutidos, quien ha enarbolado este mantra ha sido el Rey de España, Felipe VI. En su discurso de Nochebuena todo fueron recuerdos de la Transición en su 50 aniversario, loas a la convivencia pacífica y el consenso: «¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros para fortalecer esa convivencia? ¿Qué líneas rojas no debemos cruzar?». Mensajes de consenso y unidad que suenan a «plan de renovación» del Régimen de 1978.
Y para que vean que no miento, ha habido quienes se han tomado esto muy en serio. Esa suerte de «dejemos a un lado las diferencias», «no polaricemos», «centrémonos en lo común» ha tenido eco en El País, por parte de Soledad Gallego-Díaz. Y de un modo taxativo. Pedro Sánchez se ha convertido en el problema, en el eje de la polarización. El antaño diario progresista quiere otro candidato para las próximas elecciones. Un candidato a la derecha del PSOE, alguien que no polarice. Alguien aún más conservador. Porque -según Soledad y unos cuantos «expertos»- toda polarización hace crecer a la extrema derecha y «obliga» al PP a ser más extremista. Y todo por culpa de la crispación a la que contribuye también la izquierda. La apuesta parece clara: el renacimiento del espíritu de la Transición. El revival de los grandes acuerdos del 78 y sus mitos. ¿No es acaso este movimiento de El País el anhelo por una Gran Coalición? Una refundación del régimen del 78 con el PP y el PSOE de nuevo de la mano. «Altura y sensatez» (neoliberales y conservadoras). Solo que la extrema derecha ocupa un papel central en este esquema.
Lo cierto es que después de años bregando con papers irreales y discursos vacuos sobre la polarización -una moda en la que hay brillantes excepciones, menos mal-, habría que que entender que este término tiene un valor de análisis exiguo. Más sintomático que otra cosa.¿Qué sería una sociedad despolarizada para nuestras élites? ¿El paraíso de la tecnocracia neoliberal? ¿El grado cero del socio-liberalismo para quienes tienen un mirada más social? ¿El reino de la gestión por la gestión y el fin de las ideologías? Estamos más bien ante una actualización del típico discurso conservador contra los «extremismos», el cual no deja de reaparecer con diferentes vestimentas cuando una sociedad afronta una crisis económica y política de larga data -desde 2008 al menos-. En todo caso, es un ecualizador «centrista» que al vulgarizarse acaba poniendo en una misma balanza la violencia fascista con el propio antifascismo. Cuando la verdad es que en el Estado español los encarcelados son sindicalistas y antifascistas, ya que los fascistas campan a sus anchas -en ocasiones hasta en El País-.
Una pequeña broma. Me gustaría que recordar que en la Revolución de 1917 se polarizó mucho y para bien.
Interregnos
Conocemos bien la afirmación gramsciana del interregno: lo viejo no acaba de morir, lo nuevo no acaba de nacer. Todo queda plagado de fenómenos mórbidos, claroscuros y monstruos. En la «larga duración» del interregno que habitamos, que comenzó allá por la Gran Recesión, parece que las cosas han comenzado a decantarse por la vía del imperialismo y el genocidio. Ese es nuestro presente. Y la extrema derecha es la gran aliada de ese contexto volátil, belicista y destructivo. Pensar en construir políticamente desde la izquierda pasa, precisamente, por romper con el neoliberalismo progresista, con las promesas socio-liberales que solo buscan amortiguar el desastre o gestionar el mundo desde la lógica del mal menor -que siempre abre las puertas al mal mayor, lo estamos viendo-. Pasa por salir de la espiral bélica y reanudar una lucha de clases en la que el antirracismo debe ser un eje central del combate. Solo el anticapitalismo y el ecosocialismo nos sacarán de este atolladero histórico en el que estamos sumidas y sumidos.
Termino en clave más personal. Una de las cosas más especiales que ha sucedido este año la ha protagonizado Hernán González, el tío de mi compañera, Carolina Meloni. Desaparecido por la infame Dictadura cívico-militar argentina, por fin sus huesos han sido restituidos y sus restos descansan en paz con los de sus padres. Un acto de justicia y de memoria que cierra un capítulo para abrir otros nuevos. Por fin Hernán descansa con Norma y Juan en Tucumán. Por fin Carolina, Inés y Daniel pueden también mirar al pasado y al futuro con otros ojos.
El año que viene, si todo va bien, verán la luz varios artículos míos y, sobre todo, dos libros. Uno de poesía («La voz tercera») y otro de Filosofía Política (sobre la práctica periodística de Marx). Os iré contando.
Gracias a toda la buena gente que me ha acompañado este año y ha tenido a bien compartir su alegría, sus dudas y esperanzas conmigo. Sabéis quienes sois. Gracias a mi familia -cercana, extensa y ampliada- por haberme prestado alas para avanzar. Gracias a las compañeras de El Tablero por todas esas jornadas matutinas de análisis político y debate. Gracias a mi organización, Anticapitalistas, por demostrar coherencia, solidez y capacidad de lucha en un escenario complicado -gracias a todxs lxs compañerxs-. Y gracias a Carolina, por todo.
Nos vemos en 2026, nos vemos en las calles. Nos deseo toda la generosidad política y capacidad estratégica de la que seamos capaces. Para entendernos, para encontrarnos. Para acabar con la extrema derecha, para poner fin, entre todxs, al genocidio en Palestina.
Este año lo haremos mejor.
Mario Espinoza Pino





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