I

El año que se va deja una inmensa resaca. Porque ¿Cómo podríamos definir al 2024 desde una mirada global? ¿El año del genocidio de Israel en Palestina y del belicismo redoblado (Ucrania, Rusia, Siria, Congo, Sudán)? ¿El año del cambio climático -con la mente puesta en los terribles efectos de la DANA en Valencia-? Pero también podría ser el año de la consolidación de la extrema derecha en Europa, USA y Latinoamérica (Le Pen, Trump, Milei, Bukele). O el año de la impotencia política de una izquierda que se empeña en gestionar el neoliberalismo volviéndose cada vez más centrista y conservadora. 2024 no ha sido un tiempo amable ni sencillo. De hecho, el año deja tras de sí un reguero de violencia y muerte por los que será recordado. Frente a todo ello algunos hemos tratado de resistir, como siempre, organizándonos, construyendo redes y luchando para enfrentar esta época de crueldad. Pues es este sustantivo -la crueldad- el que mejor define el momento que atravesamos.

Transformando la célebre tesis de Hannah Arendt, podemos decir que estamos en un momento caracterizado por la banalidad de la crueldad. Arendt utilizó el término «banalidad del mal» para describir la frialdad burocrática de Adolf Eichmann en su participación en la solución final y la planificación del holocausto judío en la Segunda Guerra Mundial -especialmente en Polonia-. No estábamos ante un monstruo, sino ante un burócrata adepto a Kant que ejecutaba órdenes de acuerdo a una línea de mando, sin reparar en las consecuencias de las mismas. Por tanto, se trataba de un hombre «relativamente sano» dentro de un sistema criminal como el Nazi. Más allá de las polémicas suscitadas por la expresión de Arendt, que no requería del antisemitismo para explicar ciertos comportamientos criminales durante el holocausto, conviene retener esa dinámica de intrascendencia y normalización del mal a la hora de acatar y ejecutar órdenes dentro de un sistema enfermo. Pese a su brutalidad, los medios y los fines de las acciones se encontraban soldados en una férrea unidad que no cabía problematizar.

Cuando hablamos hoy de «banalidad de la crueldad» como signo de época habría que desplazar el eje del comportamiento individual y mirar hacia el plano colectivo y global. Hay en el aire una cierta normalización de la crueldad, una suerte de trivialización de la brutalidad en la que no dejamos de participar, activa o pasivamente, a través de las redes o el consumo mediático de información. Verónica Gago y Luci Cavallero lo han mostrado respecto al gobierno de Milei en relación con su política antisocial y los efectos que produce: «La política de la crueldad apuesta a la violencia directa, espectacularizada, como un mecanismo que produce ‘insensibilización’ «, subrayan, revelándonos también el carácter racista y colonial de esta crueldad -algo que va más allá de la Argentina-. Por decirlo brevemente: sucede que se nos hace respirar una atmósfera irrespirable, incompatible con las características más virtuosas de lo humano (el amor, la solidaridad, la justicia), obligándonos a una adaptación forzosa y violenta a la barbarie cotidiana. Nuestros sentidos morales se pudren y habitúan a la destrucción del otro, a su muerte atroz y expeditiva. Es lo que sucede día a día con el genocidio perpetrado por el ente sionista de Israel sobre el pueblo palestino.

Se ha dicho muchas veces, pero estamos ante el genocidio y la limpieza étnica mejor documentados de la historia -a tiempo real, incluso-. Vemos imágenes de mutilaciones, hospitales devastados, familias aniquiladas por obuses y la Comunidad Internacional sigue impasible, ahogada en lacrimógenos discursos sin ningún efecto real. La banalidad de la crueldad, decíamos: que las naciones sigan insensibles a la masacre en Palestina o mientan a la opinión pública como en el caso de España -donde se asegura que no se envían armas a Israel para desmentirse días después-, no deja de fomentar tal banalidad. La crueldad como virus que anida en nuestros ojos y nuestros cuerpos, anestesiando nuestra capacidad para indignarnos, para revolvernos e inundar las calles.

Por supuesto, es este contexto belicista y de banalización de la crueldad el que permite a la extrema derecha crecer y consolidarse. Y es que salvando algunos brotes de esperanza -como las movilizaciones populares globales de 2011 en adelante-, desde 2008 hemos experimentado una reconfiguración del neoliberalismo cada vez más antidemocrática. Solo que aquello que William Davies caracterizaba hace unos años como «neoliberalismo autoritario» hoy parece estar transformándose. Para muestra, un botón: hoy la civilizada Comisión Europea cuenta con un miembro del partido de la ultraderechista Giorgia Meloni, Fratelli d’Italia, y otro del no menos ultraderechista Viktor Orbán, Fidesz. Todo normalizado muy democráticamente por los socialdemócratas europeos sin demasiados aspavientos. El centro político se sitúa cada vez más a la derecha. Y no en cualquier derecha, sino en una derecha para la cual los Derechos Humanos son papel mojado y la democracia liberal un trámite molesto del que, llegado el momento, bien podría prescindirse.

II

Pero si esta lógica de la crueldad de la que venimos hablando es un potente mecanismo de subjetivación que normaliza la inhumanidad, lo es porque siempre va acompañada de un objeto que provoca incertidumbre e inquietud. Un enemigo al que debemos expulsar, conjurar o, en el límite, destruir. Un chivo expiatorio se dirá; sí, sin duda, pero es algo más que eso. Como nos recuerda Achille Mbembe en sus Políticas de la enemistad, sucede como si en este momento histórico los deseos de apartheid y los fantasmas del exterminio hubiesen hecho presa en la sociedad de manera explícita -asistiríamos a una especie de renacer colonial-. Como dice el propio Mbembe: «En todas partes, la erección de muros de hormigón y de rejas y otras «barreras de seguridad» está en todo su apogeo. En forma paralela a los muros, otros dispositivos securitarios hacen su aparición: checkpoints, cercados, torres de vigilancia, trincheras; todo tipo de demarcación que, en muchos casos, no tiene por función más que intensificar el enclave, por no poder de una vez por todas mantener apartados a aquellos que se considera amenazantes» (Mbembe, 2016).

El ejemplo de sociedad cercada para Mbembe es de nuevo Palestina, colonizada y desposeída por el ente sionista israelí. Pero esta suerte de fronterización, de producción de fronteras, confines y espacios de crueldad -cuando no de sacrificio-, es un patrón que se encuentra bien difundido en el presente. No hace falta hablar de Trump y su distopía amurallada en la frontera de USA, podemos acudir de nuevo a la sacrosanta cuna de la civilización: Europa. Pensemos en el Pacto de Migración y Asilo aprobado este año 2024 por la Unión Europea -pacto apoyado por el PSOE de manera entusiasta, por cierto-. Tenemos un pacto entre naciones que propone una interpretación débil o «minimalista» de los Derechos Humanos para las personas migrantes o refugiadas, un proyecto pensado para expulsar y evitar la entrada en las fronteras europeas. Se trata de un acuerdo que externaliza las fronteras y el control migratorio a terceros países y que, como podemos ver, empieza a proponer «soluciones creativas» a los grandes desplazamientos de personas del sur al norte global: es el caso del guántanamo de Meloni en Albania como espacio para deportar migrantes, un proyecto por ahora fallido. Sin embargo, Ursula von der Leyen, ínclita presidenta de la Comisión Europea ha señalado que tales soluciones creativas son el camino a seguir. El campo de concentración ha pasado a convertirse en un imaginario de lo deseable en Bruselas. Mientras tanto sabemos que más de 10.400 personas han muerto este año queriendo llegar a costas españolas. Un cifra atroz para un año atroz.

Pero hay algo más libidinal y problemático en toda esta espectacularización de la crueldad. La sociedad neoliberal no ha dejado de construir subjetividades individualistas y amuralladas, instaladas en una guerra hobbesiana de todos contra todos. En sus versiones más extremas cualquiera podría llegar a convertirse en enemigo, y ya no sólo el musulmán, las mujeres, las personas LGTBIQ+, migrantes o pobres. Al introyectar el marco de la crueldad se genera la desconfianza suficiente como para minar cualquier tentativa de comunidad y solidaridad colectiva -se obedece así un mandato de seguridad y atomización social-. La violencia y la explotación padecidas se asumen entonces estoicamente, suturándose con cierto goce a través del odio -escasas son las alegrías que aportan la crueldad y la guerra entre las clases populares-. La pregunta política spinoziana sigue siendo de máxima relevancia hoy: pensar, cuestionar y transformar las dinámicas que hacen que la multitud luche por su esclavitud como si se tratara de su salvación. Una esclavitud vestida hoy con los ropajes de la propia libertad. Una libertad negativa y narcisista atravesada de temor y odio a la alteridad, hecha a la medida de la extrema derecha y funcional a la deriva colonial e imperial del neoliberalismo.

III

Más allá de la complicada situación en que nos encontramos colectivamente, el año 2024 ha sido muchas otras cosas para mí. Ha sido un año difícil pero también muy afortunado y feliz -todo a la vez-. Difícil porque me ha tocado lidiar con sinsabores en la academia y enfrentarme a algunas de sus peores facetas: su toxicidad y competitividad, derivadas del neomanagerialismo actual, tan neoliberal, y otras consecuencias de su incurable feudalidad. Pero por otro lado la academia también me dio enormes alegrías: además de mi clase de Documentación para la creatividad en The Core School, que tanto me inspira, pude defender mi tesis doctoral obteniendo la máxima calificación en la Universidad de Granada. He tenido la inmensa suerte de tener una comunidad que me ha apoyado en todo momento, mis dos grandes directores -José Luis Moreno Pestaña y Sandro Mezzadra- y un excelente tribunal -Ana Gallego, Alberto Santamaría y José Manuel Romero Cuevas-. Pero la mejor noticia espero que llegue el año que viene, en el que saldrá publicado un trabajo basado en mi tesis en la editorial Akal: «Karl Marx, un periodista en la Era del Capital: Contranarrativas frente al capitalismo».

Por otro lado, 2024 ha sido un año en el que me ha tocado atreverme a hacer cosas que nunca había hecho antes. Como, por ejemplo, salir en televisión y oficiar de analista político. He dado muchas conferencias, clases, ponencias, coordinado cursos y talleres, pero nunca me había atrevido a opinar delante las cámaras y los focos en un plató. Agradezco mucho a mi amigo Giovanni Collazos -gran poeta y reciente papá de la hermosa Luna- el haberme puesto en contacto con Laura Arroyo y Rober Saavedra, el equipo de El Tablero en Canal Red. Conocer a Laura y Rober, trabajar con ellos, ha sido una de las grandes experiencias de este año que se marcha. Además me ha permitido conocer y debatir con mucha gente que ahora aprecio. Todo un aprendizaje que espero continúe en este 2025 que se abre.

En 2024 también tuve la enorme fortuna de viajar a Roma y a Nápoles junto a mi compañera, Carolina Meloni, y mi familia de Puerto Rico: mi hermano Raúl de Pablos, Dialitza Colón, mi sobrina Aurora Simone, Francisco José Ramos y Alejandra Ramos. Pudimos hacer un homenaje a Paco en La Sapienza, presentando su obra, y después caminar y perdernos por la belleza de Roma y Napolés -adonde deseo volver en cuanto pueda-. Mi verano continuó por Alemania junto a Caro y Gabo, recorriendo el oeste del país, desde Frankfurt hasta Friburgo, enamorándonos en el camino de la Tubinga de Hölderlin. Un verano feliz e inolvidable que culminó, como no podía ser de otro modo, en la Universidad de verano de Anticapitalistas, en la que disfruté todo lo que pude a pesar de una tendinitis que aún me acompaña.

IV

2024 no ha sido un año fácil tampoco en lo personal porque se ha marchado gente importante y querida. A comienzos de año nos dejó mi primo Miguel Ángel de manera inesperada, dándonos un mazazo a toda la familia. Sobre todo a mi prima Pili y a sus hijos Marian y Gonzalo -a quienes siempre llevo en el pensamiento-. Si el año había comenzado ensombrecido por la muerte, la primavera también se teñiría de luto. A comienzos de mayo fallecía nuestra querida Conchita Ruiz, la tía de mis hermanos Óscar y Rony y la hermana de Mayka, su madre. Monja afín a la teología de la liberación, comprometida con los pobres en Colombia, había pasado más de 30 años en Latinoamérica. Nunca olvidaré su rostro afable, sus aventuras (a veces arriegando la vida) y conversaciones sobre política y filosofía, un diálogo vital para mí que queda entero en la memoria. Pero la primavera traería más desgracias. El 17 de mayo se marchaba nuestra querida amiga y vecina de Lavapiés Roberta Marrero, artista, ilustradora, poeta y tantas otras cosas que no caben aquí. Carolina y yo nos despedimos de ella con un homenaje que publicamos en El rumor de las multitudes en junio de este año. Sigue siendo imposible no pensar en Roberta cuando atravesamos la calle Santa Isabel, cuando pasamos por Lacaña o cruzamos la plaza Juan Goytisolo -tantas veces nos cruzamos allí cuando llevaba a Gabo a clase…-.

Quizá por lo poco halagüeño del momento colectivo y por cierta necesidad vital surgió, gracias a Roberto Trujillo, Javi Bujarrabal, Ismael Cerón, Vicky Gómez, Gloria Fortún, Jandro Huixxache y Manu Sánchez -luego nos uniríamos varias más- la Red Queer. Un espacio comunitario, afectivo y político LGTBIQ+ que me ha dado algunas de las mayores alegrías de este año. En cierto sentido lo vivo como una respuesta a la derechización de la sociedad, como una manera también de confrontar el ambiente de hostilidad y fascismo molecular en el que estamos instaladas e instalados. Un espacio de convergencia y amistad, con todas las valencias políticas que tiene esta última en sentido spinoziano -libertad, generosidad y crecimiento recíproco de las potencias y los deseos de transformación-. Ahora pienso que hacen falta muchas redes así, muchos más espacios de disidencia. Larga vida a la Red Queer.

En otro orden de cosas, si hay un enclave de la península que se ha vuelto este año especial para mí, ese lugar es Mérida. En febrero fui a presentar allí Cautivos (2023) y en abril los Artículos periodísticos de Karl Marx (Alba Editorial, 2022). Fueron dos experiencias fantásticas por la compañía y el calor colectivo. He de agradecérselo y mucho a mi querido y admirado Manolo Cañada, del que tanto aprendo, así como a Nela, Guillermo, Rosalía, Carmen, Olga, Eladio Miguel, Antonio y mi familia emeritense, Luis y Cheli padres y Luis y Cheli hijos. Ojalá pronto volver por allá.

V

El año termina con un número de Viento Sur coordinado por Carolina y por mí, en el que hemos tenido la suerte de colaborar con mucha gente querida y apreciada (Salma Am(a)zian, Helios F. Garcés, Sandro Mezzadra, Sayak Valencia, Verónica Gago, Luci Cavallero, Paula Serna e Ira Hybris -ambas entrevistan a Jasbir Puar-). El año también termina con el escenario que dibujaba al comienzo de este texto de fin de año: un escenario de derechización global y de violencia cada vez mayor contra las clases populares del planeta -pues esa es la escala de la ofensiva, planetaria-. De modo que 2025 será a todas luces un año de lucha en el que tendremos que saber organizarnos mejor, construir alianzas entre quienes nos oponemos al neoliberalismo y al capitalismo y, de una vez por todas, pasar al ataque. Porque una izquierda conservadora, centrista y gestora de las contradicciones del capital no es más que una fábrica de desafección y el desánimo, es decir, del mejor caldo de cultivo para la extrema derecha. Y no se nos olvide que nos jugamos un mundo: tenemos que cambiar la deriva colonial y ecocida del capitalismo actual -no hay planeta B-.

Como militante de Anticapitalistas, no dejo de pensar que el rumbo que debe tomar nuestra lucha es anticolonial y ecosocialista -algo en lo que estamos-. Construir un sujeto político feminista, racializado, diverso y anticapitalista debe estar en el centro de nuestras tareas. Son muchos los retos que se plantean en España: la construcción de una izquierda política verdaderamente transformadora que afronte los problemas que padecemos, seguir luchando por fin del genocidio en Palestina, afrontar el problema de la vivienda, luchar contra el racismo, el heteropatriarcado, el sistema de fronteras y frenar la ofensiva patronal que llevamos padeciendo décadas. No es poco y tenemos que seguir en ello.

Como coda final, me gustaría traer una frase que descubrí en Napolés, en uno de sus muros: «Memento vivi» -contracción quizá de memento vivere-. Recuerda que has de vivir. Vale como apunte para afrontar el año que viene. Y ello me recuerda a paseos por el puerto de Nápoles con Caro, a conversaciones infinitas con Rubén por Madrid, a retomar el contacto con mi viejo amigo Rubén Hervás, conocer a Kari -su mujer- y a su pequeña Olivia, a momentos con la familia y a estos últimos días en Granada, junto a Pepe y Marga. Pero también a la conmemoración amistosa del pasado 15 de mayo y a tantas manifestaciones por lo común.

Nos vemos este año que se abre en las calles y en los lugares en los que la multitud ponga el cuerpo y tome la palabra.

Mario Espinoza Pino

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