Los días 12 y 13 de Marzo la Concejalía de Juventud de Badajoz acogió un encuentro organizado por los Campamentos Dignidad, un espacio de análisis y discusión donde se pusieron sobre la mesa algunos de los retos más importantes de la actualidad política. A lo largo de las jornadas, que llevaban el título de Cambio político y movimientos sociales, surgieron una a una las incertidumbres y límites del momento en que nos encontramos
Enfocados, además, desde un ángulo que se revela cada vez más necesario: el de los movimientos sociales. Y es que tras un intenso ciclo electoral en el que campañas, medios de comunicación y partidos han ocupado el centro del escenario, parece que ha llegado el momento de pararse a evaluar el camino recorrido, situando el eje de reflexión en el afuera institucional. La razón de esto último es sencilla: es desde la posición de los movimientos y la ciudadanía -umbral difuso que vincula y separa las calles de las instituciones- desde donde mejor puede tomarse el pulso a la coyuntura. Especialmente ahora, cuando empezamos a comprobar los bloqueos y el poco margen de acción de la ’nueva política’ tras el asalto democrático.
Durante las diferentes intervenciones -en las que participaron movimientos y partidos- se anudaron diversos problemas centrales. Por decirlo de un modo sintético, las jornadas hicieron un amplio análisis del ciclo abierto por el 15M -su emergencia, composición social y trayectoria-, pasando por su proceso de institucionalización -a través de Podemos y municipalismos- hasta llegar a la coyuntura actual. Habría tres cuestiones importantes que destacar y un diagnóstico de partida. La primera se referiría a los límites del sujeto político construido a lo largo del ciclo, hegemónicamente de clase media; la segunda remitiría a los obstáculos encontrados tras el ’asalto institucional’, generadores de tensiones entre los movimientos y la ’nueva política’; en tercer lugar cabría hablar del papel de España y del ciclo político español como piezas dentro del engranaje más amplio de la UE, por tanto, una coyuntura política y económica que no puede ser pensada con independencia de lo que sucede en Bruselas. El diagnóstico que abría los debates no era otro que el estado de desmovilización actual, propiciado por casi dos años de frenesí electoral y un importante desgaste colectivo.
Hacia un sujeto político inclusivo y movilizado
Si bien el 15M y Podemos han conseguido movilizar e interpelar electoramente a las clases medias, dichas clases, en cuanto sujeto político hegemónico del ciclo, no dejan de mostrar hoy sus propios límites. Máxime cuando el proceso de crisis y precarización sigue en curso. El imaginario de la clase media, pilar esencial del régimen del 78, se encuentra cada vez más resquebrajado. Por no hablar de sus condiciones materiales. La apuesta que se dibujó en la discusión marcaba la necesidad ensanchar las costuras de este sujeto colectivo: si no se construye una fuerza social y política inclusiva, capaz de interpelar a las clases populares, migrantes y colectivos ajenos a esta última ola de luchas, el recorrido político de esta fase institucional será corto. Y si no lo es, difícilmente podrá materializar las demandas sociales de los movimientos y la ciudadanía. En cualquier caso, un proceso de rearticulación semejante pasa por la necesidad de pensar y trabajar en clave de movimiento. De hecho, Podemos y los municipalismos deberían tomar nota: o se despierta ya del ensueño electoral de los últimos meses, o las instituciones terminarán por presentar más la forma de una cárcel que la de una palanca de transformación. Poco se puede hacer cuando se sacrifican estructura orgánica y capilaridad social para alimentar una maquinaria puramente electoral.
De la parálisis institucional al contrapoder
Si antes de las elecciones se hablaba de ’bloqueo institucional’ porque municipios y parlamentos permanecían cerrados a la ciudadanía, ahora podríamos hablar de un bloqueo de orden diferente: la parálisis de la propia inercia institucional, diseñada para auto-reproducirse y perpetuar el statu quo. Con la llegada a los gobiernos hemos podido observar -con bastante amargura- como la capacidad de agencia y voluntad política de gente antaño movilizada ha ido reduciéndose cada vez más. Y es que las instituciones no están hechas para propiciar ’el cambio’. Cabría hablar de un neo-progresismo o de una rápida adaptación al marco de la gestión, tendencias en las que el carmenismo madrileño parece estar a la vanguardia. El reciente ’caso de los titiriteros’ y los conflictos de la concejal Marta Higueras con la PAH, que desautorizaba las ocupaciones de Bankia, son una buena muestra de ello. Pero entonces ¿cómo hacer para qué las fuerzas de la ’nueva política’ se comprometan con sus programas? ¿Qué hacer para que cumplan su compromiso con la ciudadanía y no cedan de antemano? Los debates se centraron en la necesidad de reactivar los movimientos y construir contrapoderes estables capaces presionar por el cambio, fiscalizando la actividad institucional. Pero para ello hay que perderle miedo al conflicto, entendiendo que los antagonismos son inherentes a la práctica democrática. Una defensa acrítica de la ’nueva política’ -declinada en clave estatal o municipal- no garantizará ni el cumplimiento de los programas ni evitará su cesión ante el poder establecido. Ahora bien, sólo se podrá presionar si existe un músculo social en pugna que garantice que los representantes ’mandan obedeciendo’. Uno de los retos es construir las vías que permitan tanto esa fiscalización como los mecanismos de intervención y antagonismo. Vías que, por cierto, no deberían confundirse con lo que algunos ayuntamientos del cambio han llamado ’participación’. Hablamos de dinámicas que deberían situarse más allá de lo institucional y cuya agenda debería ser autónoma.
La pugna por Europa
Por último, algo que quedó claro a lo largo de las diversas intervenciones, es que la política española no puede pensarse de forma estanca o independiente, su pertenencia a la UE es fundamental desde un punto de vista económico-político. Es Europa quien decide la división del trabajo de sus regiones, incluida la española (el ya clásico turismo-ladrillismo). Esto implica que para abordar ’el cambio’ debamos atender a la complejidad del espacio político y económico en el que estamos ubicados. Es por ello que necesitamos otra Europa. Actualmente hay diferentes Plan B que pretenden dar una respuesta a la crisis democrática, económica y social que padece la UE. Algunos, los más euroescépticos, avalan la salida del euro y ponen el acento en la soberanía nacional como eje político, otros cargan las tintas sobre el significante democracia y sus potencialidades, llamando a la constitución de una Europa alternativa arraigada en una red de movimientos sociales solidarios. Lo que está claro es que la próxima crisis económica, que vendrá vía China, someterá a la UE y a sus estados nación a un nuevo proceso global de austeridad y ’ajustes’. Si tenemos en cuenta la crisis de los refugiados, el colapso económico en ciernes y el aumento del poder de la extrema derecha, el escenario que se dibuja es más bien incierto. Sobre todo después de los últimos atentados en Bruselas. Las coyunturas de crisis son siempre ambiguas: pueden ser una oportunidad para la emergencia de movimientos que luchen por la justicia social, pero también lo son para el monstruo de una derecha que anhela un repliegue nacional, autoritario y racista bajo consignas que remiten a la ’superioridad occidental’. Hay encrucijadas históricas que parecen repetirse
Lo que quedó claro a lo largo de las jornadas y las contribuciones de los ponentes -desde Manuel Cañada, Alberto Garzón hasta el SAT o la plataforma Unificando las luchas– fue la necesidad de pensar más allá de cálculos electorales, volviendo a dar protagonismo a las calles en un momento en el que la movilización y la organización colectiva son más que necesarias.
Mario Espinoza
Publicado en El Salmón Contracorriente el 25 de Marzo de 2016
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