Postales desde un fin de año

Antonio Gramsci detestaba el fin de año. En 1916 escribió en Avanti un artículo en el que se quejaba de aquella dichosa fecha marcada en todos los calendarios: además de tratarse de un asunto comercial, una ceremonia del consumo, generaba la ilusión de una falsa ruptura en la línea del tiempo. Como si amanecer en un año con un dígito distinto nos permitiese renacer sin más tras el ritual del balance y los buenos propósitos. A Gramsci le parecía que el ritmo continuo de la historia no admitía cortes o cesuras tan gratuitas. Y que puestos a renacer, mejor elegir nosotros el día para reflexionar, emborracharnos de vida y resucitar. Realmente su apuesta era muy ambiciosa: renovarse todos los días, más allá de la aburrida verdad del almanaque. Nada que objetar a la opinión del sardo, salvo tal vez que la costumbre es tozuda y sus ficciones persistentes. Y que llega el último día del año y algunos nos vemos llevados a escribir balances y consideraciones sobre los días que dejamos atrás y los que aguardan adelante.

2019 no ha sido un año fácil. Hemos vivido la consolidación institucional de la extrema derecha en España, la fragmentación de aquello que hace cuatro años se autodenominaba «nueva política» -con la desaparición material del municipalismo- y una polarización de los conflictos territoriales dentro del estrecho marco del régimen del 78 y su Constitución -un documento atado y bien atado-. La repetición de elecciones y los consabidos eslóganes han ocupado buena parte de la agenda pública anual, colándose en nuestras vidas como una melodía impertinente y tediosa: durante meses sólo han existido los comicios, con los focos puestos en sus promesas más mediáticas -desde las más interesantes a las más aberrantes- y en la fotogenia de los perfiles elegidos para liderar una u otra apuesta. El votante de izquierdas se ha debatido entre el temor y la esperanza, pero sobre todo se ha visto azuzado por lo primero en medio de tanto jaleo. El año termina con un acuerdo de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos que enfurece a las derechas con sus medidas fiscales, como la subida de impuestos a rentas altas, y hace descorchar el champán antes de tiempo a buena parte de los votantes progresistas y de izquierdas, que lo celebran como un «acuerdo histórico».

Uno casi tiene que contener la risa respecto del tono apocalíptico de la derecha y de su bilis. Es un buen índice de dónde se encuentran. Para bien y para mal -aunque más bien para lo segundo-. Por otro lado, el que aquí escribe no comparte del todo la alegría de la izquierda que brinda con el acuerdo, y corre el riesgo de sostener una opinión algo impopular. Pero, en fin, esa alegría también es índice de dónde estamos -de nuevo para bien y para mal-. No voy a entrar a evaluar el acuerdo de manera exhaustiva, el documento contiene medidas positivas y otras poco concretas o muy limitadas en ámbitos de importancia central -vivienda, trabajo-, sólo diré que hay dos maneras de aproximarse al mismo. Y pueden estar tranquilos, no voy a exponer la reahíla de problemas que conlleva un acuerdo de gobierno con el PSOE, lo que significa pactar con la izquierda del régimen del 78 y lo que previsiblemente supondrá para Unidas Podemos este paso hacia su definitiva normalización institucional. Creo que hay cosas que caen por su propio peso.

Es muy probable que tras dos rondas de elecciones generales, la entrada de la extrema derecha en el parlamento -en buena medida responsabilidad del PSOE y de sus ambiciones en unas segundas elecciones- y la irrupción cotidiana de los discursos del odio en la esfera pública, este acuerdo aparezca como un sonado triunfo ante mucha gente. Pero quizá porque lo que brilla en el mismo se destaca frente a un panorama de zozobra y miedo, y eso le da un fulgor especial. Porque lo cierto es que, siendo estrictos, el acuerdo no llega a socialdemócrata aunque regale buenos titulares y medidas decentes, que las hay -veremos en que quedan en el BOE y en los Presupuestos Generales del Estado-. Este tipo de aproximación navideña y pragmática al acuerdo de gobierno permitirá, sin duda, celebrar el final de 2019 con más brío y hasta el cava regalará mejor sabor. Pero hay otras maneras de aproximarse al mismo -y también al fin de año-.

Para algunos de los que participamos en el ciclo de movilizaciones del 15M, militamos en movimientos y después lo hicimos en las diversas iniciativas que crecieron en torno a Podemos -bajo la forma de plataformas municipales-, el año 2019 ha sido la oración fúnebre de buena parte de las expectativas abiertas hace casi una década. Al menos la cosa deja ese sabor desde una mirada retrospectiva. La definitiva integración de Podemos en la partitocracia, su genuflexión ante los rituales de Estado del régimen del 78 -el triunfo de su lado más gobernista- y el descalabro político del municipalismo han cancelado una vía política de intervención transformadora. Lo que tenemos ahora es una renovación restauradora del régimen del 78 que ha absorbido y domado las fuerzas más disruptivas y creativas de la nueva izquierda. Todo ello acompañado de una extrema derecha que ya se atreve a coquetear con atentados racistas y un poder judicial que mantiene en la cárcel a presos políticos. Desde ese marco, y como ha señalado un compañero, las medidas del pacto sólo pueden aparecer como «rendijas de esperanza», rendijas por las que habrá que pelear más allá de un papel. En cualquier caso, muy alejadas ya de las grandes frases de hace sólo cuatro años, que apuntaban a un proceso constituyente o una ruptura democrática.

Decía Gramsci que bajo las fechas y las celebraciones del calendario, la historia seguía latiendo en un perseverante bajo continuo. Sucede algo parecido con la representación política: la vida ha seguido latiendo bajo sus pies, en conflictos, movimientos y colectivos que han luchado por conseguir derechos o conquistar espacios de autonomía más allá del capitalismo voraz en el que nos malacostumbramos a vivir. Se han perdido batallas, como la caída de la Ingobernable en Madrid y se han ganado otras, como el nuevo Decreto Ley de la Generalitat para mejorar el acceso a la vivienda gracias a la lucha del inquilinato organizado. Los colectivos de vivienda han frenado muchos desahucios con tesón y esfuerzo, y seguimos luchando por hacer frente a la extrema derecha racista y misógina desde el antirracismo, el feminismo y el antifascismo. Agotado un ciclo que termina con un acuerdo entre la vieja y la nueva izquierda, la imaginación política sólo podrá surgir -como siempre- desde fuera del ámbito de la representación. Y los proyectos y las luchas seguirán fluyendo desde allí -incluso las alegrías-. No nos queda más remedio.

En otro orden de cosas, para mí el año termina y comienza con mudanzas. Así que mientras hago el equipaje, sólo puedo desearos alegría, salud, buena fortuna y mejor compañía para el camino. Porque lo mejor sólo florece en común. Gracias a todas las personas que me habéis acompañado en este año difícil, gracias por todo lo compartido, aprendido, reído, llorado y vivido -sabéis quienes sois, en la proximidad y en la distancia-. Y gracias a los aprendizajes de todo este ciclo que termina. Nos veremos en el siguiente capítulo de la historia, intentando organizar la rabia y defendiendo la alegría. En el renacimiento cotidiano de cada día -como quería Gramsci- y en los encuentros singulares que querramos inventar . Aunque ojalá tomando Manhattan y Berlín.

Mario Espinoza Pino

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