Basta tan solo una mirada
en los ojos del niño
para que reverbere entero el pasado
E involuntariamente irrumpa
arremolinándose en el iris
lo que quiso ser y lo que fue
Se agolpan súbitamente
las escenas, las decisiones,
los azares intranquilos, los gestos recobrados
Jugamos con la infancia y el pasado juega también
asciende a través de las venas
e inunda la sangre con un sabor especiado
Mientras tanto olvidamos quienes somos
inmersos en los alegres pasatiempos
de un dios menor
¿No fuimos acaso ese dios alguna vez?
¿Qué propició nuestro exilio de los rumores
marinos contenidos en aquella caracola?
El mundo está ahí, delante, impaciente y cruel
y ni las diversiones momentáneas de un niño
pueden aplacarlo
Sin embargo, un eco permanece entre los párpados
recordando la sed y la esperanza que somos
y por qué merece la pena dejarse la vida.
Mario Espinoza Pino
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