La sal anida en cualquier parte
incluso en pliegues y lugares
para los que no hay nombre:
en los surcos de viejos ríos
que descienden por la piel
anegados por fuentes claras,
como de antigua luz,
dejando un rastro fiero e imperfecto
entretanto, islas y archipiélagos
afloran al son marino del salitre,
ahora sí, ahora no,
constelando tu cuerpo
Y quisiéramos saber si este tiempo es real
o estamos suspendidos por el furor del estío
en un punto, en un límite,
en el ángulo en que el ocaso
desprende su simiente
una verdad de arcilla y oleaje,
que nos acoge y respira
a través del pulmón común de nuestras bocas
¿Seremos acaso esto mañana,
este horizonte de cumbres
que se recortan frente al mar,
coronando su inagotable movimiento?
Importa poco, porque el final del verano
nos reclama con su manos de fuego,
sus cañas acostadas alrededor del agua y tu cintura,
sus misterios titilantes, casi de otoño,
agazapados en las esquinas
y una certeza a la vez familiar y desconocida
pisa la tierra como animal recién nacido.
Mario Espinoza Pino
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