Para quienes participamos muy activamente en el 15M y después en Podemos, la caída de Errejón no deja de tener cierto regusto a fracaso generacional. Incluso si nos encontrábamos lejísimos de sus posiciones políticas, como es mi caso. ¿Cómo es posible que su partido no hiciese absolutamente nada desde que hubo indicios de su comportamiento hace un año? Sobre todo defendiendo un conjunto de valores -feminismo, derechos humanos- incompatibles con la conducta de este agresor. En 2023 aparecieron los primeros testimonios públicos sobre el comportamiento de Errejón y ni Más Madrid ni SUMAR tomaron ninguna medida. Lo han hecho solo muy al final y mal. La situación es gravísima: Cristina Fallarás hablaba ayer de alrededor de 12 testimonios de agresión. Y saldrán más. La dejación y tolerancia de las estructuras políticas son fundamentales para que se produzcan casos como este. Estructuras impregnadas de machismo y de complicidad debido a las formas que adquiere la fraternidad masculina en estos casos. Silencio sobre silencio.

Si hablamos de agresiones múltiples en el caso de Errejón, es que su conducta venía muy de lejos. Es muy triste que aquellos que veníamos a cambiarlo todo hayamos terminado reproduciendo, en partidos y espacios colectivos, las mismas dinámicas patriarcales que habíamos venido a combatir. En general los hombres tenemos que hacérnoslo mirar. Sobre todo cuando veo a señores que pintan canas como yo escandalizarse por los testimonios anónimos, o una repentina exigencia hiper-legalista a las víctimas, que -según ellos- deberían denunciar en un juzgado todo. En lugar de preguntarse por qué no se denuncia lo suficiente, qué redes de poder o qué experiencia del sufrimiento evitan que una víctima pueda hablar, se dedican a fiscalizar a las personas agredidas. Estamos para hacérnoslo mirar y mucho. De la carta de Errejón, casi mejor no hablar: un ejercicio de victimización total y narcisismo torpe. Y con lenguaje pseudo-feminista (cuidados, emancipación, patriarcado), qué capacidad de disociación nos regala la masculinidad . No se trataba de la «contradicción entre el personaje y la persona», sino de que se había destapado todo y entonces había que intentar salir al paso.

Para terminar, me cuesta mucho leer a quienes empatizan con Errejón en plan «pobrecillo», «qué mal ha terminado», «era un gran compañero» al tiempo que halagan sus capacidades intelectuales por encima de lo que se ha destapado -el mejor político de España, un gran intelectual, etc.-. ¿En serio? Como decía Noelia Adánez, he ahí el germen «de todas las subjetividades tóxicas que han sido y serán». Porque no deja de ser una forma de reconocimiento masculino -intelectual, político- que tiende a compensar lo sucedido y mostrar cierta complicidad justo en el momento en el que se ha descubierto lo que había detrás del «personaje y la persona». Como me comentaba un amigo esta mañana, estamos ante un fin de ciclo tremendamente «sórdido». No es solo que la izquierda que comenzó como supuestamente «rompedora» se haya integrado en el establishment, moderando hasta hacer irreconocibles sus políticas, sino que actualmente se parece demasiado a la vieja política machista que había venido a transformar.

Hoy ha sido Errejón y el mundo de la política, pero en el mundo del periodismo y en la propia academia hay comportamientos similares y redes de poder y de silencio análogas. También saldrán a la luz.

La verdad es que el feminismo nunca ha sido más necesario.

Mario Espinoza Pino

Una respuesta a “Un fin de ciclo machista y sórdido”

  1. Gracias por el texto. No nos conocemos en persona, creo, y no sé hasta qué punto participaste en Podemos – Sumar; yo en absoluto. 

    Pero el caso sí es una fuerte advertencia. Especialmente (pero no sólo) para los hombres. 

    Yo haría una observación. 

    Que como comentas, hace bastantes años que casi toda la izquierda se declara «feminista» y denuncia el «patriarcado». Luego lucen mucho lila en sus redes el 8M. Y ya está, tema cubierto.

    Quizá parte del problema es un acercamiento al problema de las opresiones, en este caso la opresión de las mujeres, demasiado simbólico y lingüístico, y poco concreto. 

    Si «más feminismo» significa más de esto, poco servirá. (También si es un feminismo que solo defiende a ciertos tipos de mujeres, quedando fuera las musulmanas, las trans, las migrantes, las pobres…)

    A menudo, la imagen importa más que los hechos. Las caras de arriba, más que la realidad entre la militancia de base, que debería ser la clave de cualquier proyecto real de transformación. 

    Si los, y sobre todo las, militantes de base tienen el poder, es mucho menos probable que un líder pueda abusar.

    Pero un proyecto basado explícitamente en el hiperliderazgo, y retórica vacía («significantes vacíos»), que existe en una sociedad profundamente sexista, tenderá a reproducir estos problemas. Por mucho que se declare feminista y ponga lila o rosa como el color del partido.

    Es decir, como muchas cosas, que no es un problema solo de alguna persona, que también. Ni de alguna política específica… Que también. Sino de todo el modelo de política desde arriba.

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