No existe la ciencia de los principios
ni la de los finales.
Ni los párpados cerrados
sobre el lecho de muerte
ni el grito del que nace
y atestigua la vida
saben gran cosa de sí mismos -aunque algo sepan-:
morir, nacer, amar
caer justo en el medio
y ser tan sólo tránsito
que mora entre la fugacidad ebria de la piel
y el vértigo de la palabra por decir
¿Pero qué ha sido del silencio?
Su cuerpo blanquecino de pájaro
yace abatido sobre el rumor de unos labios
heridos por la sal de cada día
donde no cabe el abandono
ni el sosiego
sólo cabe labrar e inventar los ritos
enhebrar los hilos y desdibujar los enigmas
demorarse en el envés de todas las cosas
para recobrar…
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