Que la celda se abra y el dragón al cielo se remonte
Ho Chih Minh, Juego de palabras
La huella de aquel sueño
me ayudará a cruzar
con esperanza
caminos prohibidos.
Ángeles Mora, Soñar con bicicletas
Otro año termina. Como seguramente para muchos, estas fiestas se han convertido para nosotros en una sucesiva peregrinación entre hogares, familias y ciudades: cenas, comidas, conversaciones, reencuentros. Momentos de alegría y comunidad, también de algún que otro acalorado debate. Incluso de cierta ensoñación. En nuestro caso esto último se lo debemos a Gabo, que como todo niño aguarda con ilusión sus regalos y disfruta de la holgazanería de las vacaciones, contagiándonos un poco de ese espíritu despreocupado e infantil. Sin embargo, el turbocapitalismo desaforado de esta época nos pesa cada día más. Y este año ha caído como plomo sobre nosotros. Las navidades ya «estaban aquí» prácticamente en octubre: todo el centro de Madrid lo avisaba de un modo u otro, con ofertas, polvorones anticipados o promesas edulcoradas de bollería industrial. Si a eso le sumamos la gentrificación brutal del barrio, donde el comercio tradicional ha sido sustituido por locales hipster y el tránsito de tuk tuks, el peso de esta navidad se magnifica hasta cotas insospechadas. Dan ganas de organizar una guerrilla urbana -algo que no lo descartamos-.
Pero este no ha sido un año cualquiera. Son muchos los motivos que lo hacen diferente. Si bien la irracionalidad del consumismo es una constante en estas fiestas, magnificada por el telón de fondo de la desigualdad y la crisis climática -1’4 grados más de calentamiento en 2023-, este año la banalidad del consumo navideño coincide además con un genocidio. El perpetrado por el Estado de Israel sobre el pueblo palestino. Se dirá que este clima bélico no es nuevo, sobre todo porque en 2022 la guerra entre Rusia y Ucrania no dejó de ensombrecer los titulares de la prensa, las redes y la televisión -qué distinto fue el tratamiento informativo de los medios generalistas, por cierto-. Pero este año estamos ante un punto de inflexión. Y me atrevería a decir que frente a un abismo que no somos capaces aún de valorar. Se trata de un abismo moral y político de enorme magnitud. Hay personas que lo han perdido todo. Sus hogares, sus amigos, su familia y la posibilidad de cualquier tipo de futuro. Sobre todo si continúa esta espiral inusitada de violencia. No hay justificación posible ante una masacre semejante.
Resulta devastador comprobar cómo el apoyo de Estados Unidos a Israel socava cualquier posibilidad de imponer un alto el fuego ante la matanza de Gaza. Ya a finales de noviembre, James Elder, representante de UNICEF en Gaza, comentaba lo siguiente: «No creo que en mis 20 años con Unicef haya visto esta cantidad de niños con heridas de guerra». Actualmente, según reportes de la ONU y el Ministerio de Sanidad de Gaza, las fuerzas israelíes habrían acabado con la vida de más de 20.000 palestinas y palestinos. Entre estas víctimas, el número de niñas y niños es insoportable -supera los 8.000 y sigue subiendo-. La situación es tan brutal, que la propia Organización de Naciones Unidas ha dicho que Gaza es un «cementerio de niños«. Pero los bombardeos siguen y los medios insisten en hablar de un conflicto entre Israel y Hamás, cuando de lo que se trata es de un auténtico genocidio -con todas las letras-. Tanto es así que el Artículo II de la Convención para la Prevención y Sanción del Genocidio (ONU) «describe el genocidio como un delito perpetrado con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso». Un retrato perfecto de lo que está sucediendo en Gaza y también en Cisjordania.
Sin embargo, la última resolución de la ONU ha quedado en agua de borrajas. Estados Unidos ha trabajado por limitarla y evitar la imposición unilateral de un «alto el fuego». El único modo de que llegue ayuda humanitaria y termine la sangría es que cesen las hostilidades de Israel, algo que sigue sin estar en los planes del Imperio y el sionismo. Por otro lado, la Unión Europea ha seguido prácticamente la batuta de la administración Biden, incapaz de posicionarse al lado del pueblo palestino, que padece décadas de colonización y apartheid en su propio territorio. Lo triste es que ante las imágenes de hospitales destruidos, escuelas reducidas a escombros, universidades reventadas y hogares calcinados, haya quien siga hablando de Israel como de la única democracia liberal de oriente próximo, un paraíso civilizado y respetuoso con los derechos de la minorías. Monsergas cacareadas por plumas a sueldo que envenenan la opinión pública, fácilmente desmentidas por cualquier vídeo o fotografía de la infancia mutilada en Palestina. La islamofobia europea, la construcción racista de un otro bárbaro y fanático, no ha dejado de servir al propósito de deshumanizar al pueblo palestino, sirviendo de coartada para censurar e incluso perseguir a quienes han apoyado su causa -pensemos en Inglaterra, Francia o Alemania-. Sin embargo, la voz de los pueblos de norte y el sur global en las calles no ha dejado unánime en manifestaciones y protestas: desde el Río hasta el mar, Palestina vencerá. Alto el fuego. Palestina libre.
De la cautividad a lo común
Por suerte el balance de este año tiene sus momentos luminosos. Sobre todo en el ámbito personal (que también es político). A comienzos de verano vio la luz mi primer texto poético publicado, «Cautivos», editado por Lastura Ediciones. El texto es fruto de un proceso de escritura que abarcó desde finales de 2020 hasta comienzos de verano de 2022. Por tanto, se trata en parte de un texto «hijo de la pandemia», aunque poéticamente y temporalmente vaya mucho más allá. La imagen de la cautividad, tan bien elaborada por María Maquieira -artista y amiga que ilustra la obra-, no deja de evocar esa fase o momento de encierro que supuso el Estado de Alarma de 2020. Pero la obra va despojándose de miedos, barrotes y fronteras conforme se avanza en la lectura. En cierto sentido, se trata de transitar de lo individual a lo común, de la soledad al amor, de la angustia ensimismada al empeño en construir certezas vitales y colectivas -aunque sean precarias-. Un itinerario poético que busca desdoblarse más allá de la palabra.
Recuerdo bien la primera presentación del texto. Fue en Santander, en la librería amiga La Vorágine -si van a Santander, es parada obligada-. Hacía un calor tremendo y el verano solo acababa de empezar. Como dijo el amigo y camarada Alfredo Santos: «bienvenidos al Santander tropical». Mientras viajábamos en autobús de Madrid al norte, no dejaba de sentirme inquieto. Había apenas garabateado cuatro ideas y no encontraba muy bien qué tono darle a la presentación. Para mí siempre ha sido más fácil presentar trabajos ensayísticos, investigaciones académicas o análisis políticos. Pero la poesía es otra cosa. Mis uñas acusaban ya varios mordiscos cuando Carolina dijo: «vamos a ver» -interrumpiendo mi letanía de nervios-. Y lo dijo mirándome a los ojos, como solo ella sabe hacer. Y entonces me comentó que «Cautivos», además de ser el poemario que era, también tenía mucho de «legado» político de todo lo que fue el ciclo del 15M hasta la pandemia. Que no solo era un poemario, sino testimonio de militancia, afecto y anhelo de comunidad política, todo ello atravesado por una década de luchas, alegrías y fracasos. Fue en ese preciso momento cuando la presentación cobró forma.
La verdad es que «Cautivos» no ha dejado de traerme sorpresas a lo largo del año. Ha propiciado encuentros y reencuentros muy hermosos. Cada presentación ha tenido su latido singular. En Santander nos recibieron con cariño Carmen y Alfredo -nos faltaba Rubén, en pleno periplo chileno-. En Zaragoza la lectura y la voz de María Arobes llenaron la Pantera la Rossa -por no hablar de su inigualable hospitalidad, que siempre lo llena todo-. En Madrid acudió muchísima gente, esperada e inesperada, arropando con su amistad, escucha y curiosidad las bellísimas palabras que Lidia López Miguel, Manu Broullón y María Maquieira pronunciaron aquella noche. Allí estuvo también mi familia -la nuclear y la extensa-, dando sentido a muchas cosas. Después Toño, María y yo dimos buena cuenta de vinos, licores y cervezas, emplazándonos a vernos de nuevo -no se me olvida-. Acabamos la noche sin cerrar bares, pero de madrugada. No estamos ya para tantos trotes en días de diario.
«Cautivos» al final es fruto de un trabajo y cuidado colectivos. Sin Lidia, Ana Orantes e Isabel Miguel -editoras de Lastura- hubiese sido imposible. Sin el intenso y visionario trabajo de María Maquieira en la ilustración no sería la obra que es. Sin el prólogo de Helios Fernández Garcés, sin su generosa lectura y palabra, el texto se sentiría huérfano. Sin el amor y el ánimo cotidiano de Carolina Meloni, tan presente en el libro, todo se habría quedado en una de tantas quimeras o ensueños. Me llevo muchos recuerdos de este periplo inicial de la obra. Por ejemplo, la entrevista en «El Gesto más Radical» con el maravilloso Sergio Vega, que me regaló una de las jornadas más bonitas de este año que termina. También los días de firmas en Expoesía, en la hermosa Soria, donde no dejamos de hablar, de caminar y de comer durante dos días junto a nuestra familia elegida. También fue muy especial que Pilar leyese «Cautivos» y le dedicase un espacio en su «bibliotecadepilar». No me olvido de la gran Juana Marín y de nuestro recital al dúo en Lavapiés -qué día y qué tarde más especiales-. Tampoco de la generosidad de Alberto García Teresa, que publicó «Clamor» en Poder Popular. Al final el libro ha cumplido en parte sus objetivos: ha sido una bonita excusa para volver a vernos y seguir pensando y sintiendo en común.
Itinerarios, huellas y ausencias
Este año que acaba ha dejado demasiadas ausencias. En otoño falleció mi tía Herminia, la madre de mis queridos primos de Tambo. Era ya muy mayor. Se encontraba convaleciente desde hacía meses y por desgracia fue empeorando. Ella que cazaba truchas en el río de su pueblo, que vestía con gracia su sombrero y tenía unas manos tan expresivas. No me olvidaré ni de su gesto sabio ni de su voz, tampoco de sus consejos y de las peticiones que me hizo cuando nos visitó hará ya cuatro años -quedan para ella y para mí-. Casi sin dar tregua, también falleció mi querido amigo Antonio Ramos, compañero de mil y una batallas en el ámbito del municipalismo madrileño. Qué decir de Antonio: en los mejores recuerdos de aquella época, no tan lejana, siempre aparece él. Su cariño, empeño, lucidez y buen humor son inolvidables. Cuánto le vamos a echar de menos.
Nunca me olvidaré de aquel día que Antonio y yo protestamos juntos con Ecologistas en Acción, la FRAVM y la Plataforma Zona Norte por el infame proyecto de la Operación Chamartín. Era verano de 2018. Ese día acabamos compartiendo la mañana y la tarde. Atesoro ese día y nuestras conversaciones. Me regaló además una divertidísima historia de juventud -digna del mejor Almodóvar- que bien valdría una novela sobre la ultraderecha y la homosexualidad reprimida en sus filas: «no sé chico, no me veo yo escribiéndola, te doy permiso para que hagas con ella lo que quieras» -me dijo con su voz inconfundible-. Tal vez algún día, querido Antonio.
A estas ausencias hay que sumar una más. Antes de terminar el año ha muerto Toni Negri -filósofo y militante comunista-. Uno de los grandes pensadores del siglo XX y el siglo XXI. Quise escribir algo en el momento de su muerte, hace apenas dos semanas, pero no me vi capaz. Tuve la enorme fortuna de conocerlo en persona y compartir con él ocasionalmente -gracias sobre todo a Traficantes de Sueños, Sandro Mezzadra y Raúl Sánchez Cedillo-. Si bien fueron momentos dispares, me marcaron mucho. Cuando uno escuchaba su voz, la lucidez de su pensar y se dejaba seducir por su aguda mirada sobre el presente, siempre repleta de curiosidad, uno no volvía a ser el mismo. Ese despliegue de energía y spinoziana «potentia» solo podía transformarlo a uno. Para mí, y me atrevo a decir que para toda una generación de activistas y filósofos, su pensamiento ha sido del todo fundamental. Negri no solo nos enseñó una filosofía más allá de la academia, sino que -con su práctica- soldó la cadena que une pensamiento y acción -la piedra filosofal del marxismo-. Y padeció la cárcel por ello. Fundó Potere Operaio (1969) y participó en el proyecto de la Autonomía Obrera, reinterpretó la lucha de clases en un contexto capitalista avanzado, elaboró una penetrante teoría del poder y del capitalismo posfordista. Jamás dejó de pensar en las principales transformaciones subjetivas provocadas por el capitalismo depredador en que malvivimos -hoy todo un régimen de guerra-.
Todavía recuerdo cuando leí «El trabajo de Dionisos», escrito por Negri junto a Michael Hardt. Después de leer tropecientos lugares comunes sobre «la sociedad», por fin vi claramente un análisis que se hacía cargo de las transformaciones estructurales del capitalismo más allá de las cuestiones de la «posmodernidad», la «sociedad de la información» o «el fin de las ideologías». Había una propuesta política y no solo el análisis de un intelectual cínico e impotente -las décadas de los 80 y nos 90 regalaron esta especie de intelectual a espuertas-.De ahí salté a su lectura sobre Spinoza, «La anomalía salvaje», luego a «Spinoza subversivo», más tarde a «Imperio» y «El poder constituyente», para zambullirme después en su lectura de los Grundrisse -«Marx, más allá de Marx»-. Y he seguido leyéndolo todo lo que puedo. Aunque no lo comparta todo, sus errores resultan mucho más fecundos que cualquier denostación crítica que uno pueda leer de intelectuales de medio pelo o aspirantes a políticos responsables. Estos serán rápidamente olvidados y tú ya vives sub specie aeternitatis, querido Toni.
¿Qué hacer en 2024?
No vivimos una época fácil. El Genocidio Palestino hunde en un abismo a la humanidad, prolongando el régimen de guerra y fascistización global inaugurado por la Guerra de Ucrania. El neoliberalismo contemporáneo es mucho menos democrático y cada vez más autoritario. Como señalaba William Davies hace unos años, la Gran Recesión de 2008 nos habría sumergido en una fase de «neoliberalismo punitivo». La políticas de austeridad fueron solo una muestra de aquel giro punitivista: la matriz segregadora y clasista del Estado neoliberal se empleó a fondo en aplicar políticas contra las clases populares, las personas migrantes y en propiciar recortes en políticas de igualdad, por no hablar del ataque a los servicios públicos esenciales. Todo ello profundizó la crisis, que ya se ha convertido en un telón de fondo de pobreza y precariedad permanentes. Sin embargo, hoy estamos en otra fase más aguda, en la que la guerra se ha convertido en moneda de cambio y ante la que la mayoría de naciones permanecen impasibles. Tras los efectos sociales de la pandemia y esta fase de recrudecimiento de las contradicciones capitalistas -pugnas inter-imperialistas, estrategias del shock y desposesión abierta-, las tareas de la izquierda internacional y de los movimientos anticapitalistas se multiplican.
El avance de la extrema derecha global se ha dejado sentir de manera firme en la Unión Europea, que ya elabora sus políticas migratorias influida por el racismo y el autoritarismo de estas formaciones. No es que antes hiciese ningún trabajo «humanitario» en las fronteras, pues la dejación en materia de salvamento en el Mediterráneo y la violencia física eran moneda corriente, pero este nuevo pacto migratorio va a legalizar flagrantes vulneraciones de derechos. No solo continuará la externalización de fronteras a terceros países, sino que las dinámicas más lesivas y brutales se consagran: se socava la petición de asilo, se asumirá que los migrantes que lleguen «no están tocando suelo europeo», de modo que se favorecerán las deportaciones masivas, la arbitrariedad, la indefensión jurídica y la retención mientras se gestiona «exprés» el asilo o la deportación. Todo ello incluye a los menores, que podrán ser internados durante semanas. El pacto habla, cómo no, de los migrantes como víctimas, de mafias y traficantes, pero lo que hace es segregar de manera racista, favorecer las expulsiones y lavar la conciencia europea mientras se deporta a las personas migrantes a países que no son seguros. Retrocediendo décadas en derechos, Europa se ha convertido en la fortaleza excluyente soñada por la ultraderecha -solo hay que ver la última ley migratoria francesa, todo un ataque contra el derecho a migrar-.
Hoy sabemos también que más de 9 millones de trabajadores pierden poder adquisitivo en España, encadenando una regresión en derechos que continúa la senda del año previo. Mientras tanto, la izquierda institucional es incapaz de arrancar derechos al PSOE ni de impulsar ningún tipo de política verdaderamente transformadora. SUMAR ha nacido directamente como muleta del PSOE, mientras que Podemos, en una espiral autorreferencial y en una deriva solo discursivamente más radical, intenta ocupar un espacio político que se ha quedado huérfano de referentes. Sin desconsiderar algunos avances limitados, conocemos por la acción previa de gobierno los límites conflictivos que ambas formaciones están dispuestas a asumir. Mientras la ultraderecha se envalentona, las izquierdas institucionales permanecen alejadas de los conflictos reales, sin organización y disputándose únicamente cotas de visibilidad mediática. Resulta fundamental vertebrar una conversación amplia desde las izquierdas anticapitalistas y movimientos sociales, con una cultura de diálogo político generosa, que pueda proponer nuevas iniciativas desde las bases sociales y desarrollar alternativas a medio plazo -tanto orgánicas como políticas-. Algo que solo se conseguirá a través de la movilización y la pugna por evitar la degradación de nuestras condiciones de existencia.
Cualquier movimiento más allá de la izquierda institucional tendrá que tener en cuenta la diversidad que nos constituye, haciendo del antirracismo, el feminismo, el ecologismo y las disidencias LGTBiQ fuerzas sustantivas de su acción. Y de manera real. Urge una tarea profunda de diálogo, alianzas y camaradería para resistir a este neoliberalismo depredador y proponer alternativas y esfuerzos utópicos que nos permitan soñar con otro mundo, con otra vida que merezca la pena ser vivida en clave colectiva. Es mucha la tarea y tendremos que ponernos a ello cada uno y cada una desde nuestras trincheras. Pero es importante encontrarse y sostener un diálogo fértil, sobre todo eludir la atmósfera de repliegue, de narcisismo de las pequeñas diferencias e identitarismo que nos aísla y limita.
Coda: la tesis y los buenos deseos
Parecía que nunca iba llegar, pero llegó: he terminado la tesis doctoral. Solo faltan unos retoques formales, revisiones y depósito. Si todo sale como debe, en 2024 seré doctor -como Frankenstein o el Dr. Doom-. Gracias a todas, todos y todes lxs que me habéis acompañado hasta aquí. Habrá largo capítulo de agradecimientos en el mamotreto. Y a ver si en 2024 socializamos los medios de producción – Insha’Allah-. Que tengáis un feliz y próspero 2024.
Mario Espinoza Pino
* Diseño de portada de Marishka Soekarna.





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